Taller Web Segunda parte
octubre 7, 2020
En busca de la computación cuántica
octubre 20, 2020

Hace poco más de una década nos andábamos preguntando si algún día una máquina sería capaz de componer una melodía, escribir una poesía o traducir un texto coherentemente. Hoy eso ya es historia.

       De pronto todo en la vida gira entorno a la inteligencia artificial (IA). En cualquier proceso, operación, transacción o decisión que se tome a nivel corporativo la IA ha intervenido de una u otra forma. Parece no solo que no podemos vivir sin ella sino que nuestra dependencia es tan creciente como irreversible.

       Aunque no existe un consenso acerca de la definición de IA, tomémosla en su sentido más amplio, es decir la emulación de la mente humana de la forma más precisa posible.

       A lo largo de este texto vamos a proponer una forma (teórica) de implementar una máquina cuya forma de actuar sea lo más parecido a la de los seres humanos. Dicho de otra manera, vamos a proponer cómo implementar una Inteligencia Emocional Artificial (IEA).

       Tanto el hombre como las máquinas, en términos de procesamiento o razonamiento, tienen los mismos mecanismos, patrones y en general utilizan los mismos procedimientos para llegar a sus conclusiones, entre otras cosas, porque las máquinas han sido programadas por los hombres.

       Pero si hay una característica por encima del resto que diferencia al hombre de las máquinas es la impredecibilidad, es decir la cualidad por la cual no se puede anticipar de antemano una acción con total seguridad.

       El hombre es impredecible por naturaleza exactamente lo contrario que una máquina. Todas las máquinas ejecutan unas instrucciones de acuerdo a como han sido programadas siguiendo un orden preestablecido y conocido.

       Otra cosa es que los resultados obtenidos por una máquina, tras millones o billones de operaciones realizadas y encadenadas unas con otras, sean impredecibles a nuestro juicio. Esto es sencillamente porque ningún ser humano es capaz de seguir su trazabilidad y por tanto predecir su resultado. Pero eso no significa que la máquina sea impredecible sino que los resultados son impredecibles, lo cual es bien distinto.

       ¿Cuáles son las razones por las que el ser humano es impredecible?. Podrían enumerarse unas cuantas pero por no extender demasiado este texto fijémonos en dos de las más importantes: sus necesidades fisiológicas y su estado de ánimo.

       Veamos brevemente cómo afectan estas características tan propias del ser humano a su razonamiento y cómo podríamos implementarlas en una máquina.

       Empecemos por sus necesidades fisiológicas, Pensemos por ejemplo en el hambre. El hambre puede cambiar el comportamiento de una persona, su escala de valores éticos y morales, su carácter, en definitiva, y en términos de lo que nos atañe, su capacidad y forma de razonamiento. Pensemos en que una misma persona puede pasar de ser un defensor a ultranza de los animales a matarlos para alimentarse y no morir de hambre. Este sería un ejemplo de un cambio radical en el comportamiento debido a una necesidad fisiológica.

       Igualmente el cansancio puede cambiar por ejemplo las prioridades en la toma de decisiones de una persona provocando que no se tengan las mismas consideraciones que se hubiesen tenido en caso de no existir el cansancio. En este caso la necesidad fisiológica también afecta al comportamiento humano aunque no de una forma radical sino más comedida que el hambre.

       Por poner un último ejemplo pensemos en la excitación y en la forma en que una persona puede actuar de formas tan distintas y cambiar sus escalas de valores dependiendo de su estado de excitación.

       Podríamos seguir enumerando necesidades fisiológicas y darnos cuenta de que, en mayor o menor grado, la mayoría de las necesidades fisiológicas influyen en la capacidad intelectual, el comportamiento y los valores de cada persona.

       Respecto a los estados de ánimo podríamos hacer exactamente la misma reflexión que acabamos de hacer con las necesidades fisiológicas y nos daríamos cuenta de que impaciencia, euforia, irritabilidad, alegría, tristeza, etc. también afectan de forma directa, en mayor o menor medida, a la toma de decisiones, la capacidad intelectual, el comportamiento y en general a la capacidad y forma de razonamiento del ser humano.

       La pregunta que viene ahora es si podríamos de alguna forma implementar esas necesidades fisiológicas y esos estados anímicos como parte de los algoritmos programados en una máquina. Dicho de otro modo ¿Podemos simular el comportamiento humano con maquinas considerando todos sus estados de ánimo y sus necesidades?. En  caso afirmativo, estaríamos dando un paso importante en la IA (o IEA) entendida, como se ha dicho anteriormente, como la emulación más precisa del comportamiento humano.

       Para ver la posibilidad de esta emulación del comportamiento humano antes tenemos que entender someramente qué son y cómo funcionan los algoritmos utilizados por la IA.

       Básicamente los algoritmos son un conjunto de instrucciones que han de seguir las máquinas. Estas instrucciones se componen de otras tantas que a su vez se componen igualmente de otras más y así sucesivamente, tanto más cuanto más complejo sea el algoritmo.

       Las instrucciones finalmente son órdenes que se dan a la máquina para que las ejecute, por ejemplo obtener un dato de una base de datos, recopilar información de un dispositivo a distancia, mostrar por pantalla unos resultados, emitir determinados sonidos y sobretodo realizar operaciones matemáticas como las que todos conocemos.

       Prosiguiendo con nuestro empeño en implementar una IEA pensemos en el cansancio al que anteriormente hemos hecho referencia. Desde un punto de vista totalmente práctico y analítico, el cansancio a la hora de pensar, procesar y razonar se desglosa en torpeza, lentitud de comprensión, precipitación en respuestas, etc.

       A su vez, la torpeza, la lentitud y la precipitación las podríamos seguir desglosando y simplificando hasta obtener una serie de acciones simples características de cada una de ellas. Por ejemplo si seguimos descomponiendo la torpeza en acciones más simples podríamos definirla como la suma de acciones tales como;

  • No elegir el mejor de los caminos,
  • Olvidar alguna parte de la información más o menos importante,
  • No tener en consideración o confundir alguna variable implicada en un proceso,
  • Etc…

       Llegados a este punto, esas acciones simples teóricamente sí que pueden ser “artificialmente programadas” en nuestros algoritmos.

       Pongamos un ejemplo genérico pero ilustrativo. Supongamos una máquina con su algoritmo en pleno funcionamiento y que en un momento dado el algoritmo tuviese la instrucción de elegir el número mayor de entre varios números. Programar esa máquina para que “se comporte con torpeza” consistiría en que en lugar de elegir el número mayor, eligiese el segundo o el tercero mayor.

       Evidentemente este método teórico propuesto tendría que ser probado en los algoritmos de creciente complejidad para analizar los resultados y decidir sobre qué capa del lenguaje de programación es más conveniente actuar, pero eso es otra historia que se sale de las intenciones de este texto.

       Asumiendo la validez del método descrito para emular acciones simples del ser humano en una máquina nos encontramos con otro obstáculo ya que muchas de esas acciones son comunes a varios estados. Por ejemplo, la acción que hemos comentado de “no elegir bien la variable más adecuada en un momento dado” puede ser una acción característica del cansancio pero también de la irritabilidad, de la impaciencia y de otras tantas.

       Parece que llegados a este punto estaríamos en un callejón sin salida. Pero es aquí donde un sabio griego llamado Hipócrates puede echarnos un cable.

       Se atribuye a Hipócrates (460-370 a.C.) el haber incorporado la psiquiatría en el ámbito de la medicina y el reconocer la existencia de diferencias temperamentales en las personas que se mantienen más o menos constantes y que se pueden tipificar de una forma sencilla.

Hipócrates distinguió cuatro temperamentos básicos:

  1. Sanguíneo,
  2. Melancólico,
  3. Colérico y
  4. Flemático.

       Cada uno de esos temperamentos estaba relacionado con los elementos básicos de la vida: tierra, fuego, aire y agua.

       El cuerpo humano tenía en mayor o menor medida esos cuatro elementos presentes en su cuerpo en forma de lo que llamó “humores”. Así pues la tierra estaba presente en forma de bilis negra, el fuego en forma de bilis amarilla, el aire en forma de sangre y el agua en forma de flema.

       Su teoría consistía en que tanto el comportamiento como la salud de una persona se basaba en la abundancia o ausencia de estos humores en su cuerpo.

       En lo que respecta al comportamiento, que es la parte que nos interesa, veamos brevemente cada uno de los tipos:

  • Sanguíneo:

       Rasgos positivos: Es “el alma de la fiesta”, excelente comunicador, optimista, extrovertido, atrae a la gente como un imán. Expresivo, entusiasta, cálido, amigable.

       Rasgos negativos: Débil de carácter, indisciplinado, inestable, ruidoso, exagerado.

       Los sanguíneos son buenos vendedores, conferenciantes, actores.

  • Colérico:

       Rasgos positivos: Es un activista práctico. Todo en la vida es utilitario. Es un líder nato. Su mente rebosa ideas, proyectos y objetivos. Es extrovertido pero para conseguir sus fines. Determinado, autosuficiente, con fuerza de voluntad para acabar lo que empieza, productivo.

       Rasgos negativos: Se enfada con facilidad y con ira, cruel, no es detallista, rehuye del trabajo minucioso y preciso, dominante, desconsiderado, orgulloso, poco emocional.

       Los coléricos son buenos supervisores, generales, políticos, directores y organizadores en general.

  • Melancólico:

       Rasgos positivos: Profundamente analítico. Es un perfeccionista, dado al auto sacrificio, fiel. Sensible, idealista, abnegado, gran criterio estético, trabajador, reflexivo.

       Rasgos negativos: Egocéntrico, taciturno, pesimista, poco práctico, poco sociable, rígido, vengativo.

       De sus filas han salido grandes artistas, compositores, escritores, filósofos, inventores.

  • Flemático:

       Rasgos positivos: Son con quienes resulta más fácil llevarse bien. Serenos y tranquilos, templados. Alegres, se llevan perfectamente bien con los demás. Confiable, amistoso, con mentalidad práctica. Eficiente, diplomático, jocoso.

       Rasgos negativos: Tacaño, temeroso, indeciso, prefiere observar a participar, carente de motivación.

       Son buenos maestros, científicos, comediantes, editores, diplomáticos.

       Aceptando la teoría de Hipócrates podríamos decir, sin que nadie se asuste porque lo que explico a continuación, que desde un punto de vista estrictamente matemático “Los cuatro temperamentos de Hipócrates representan una base linealmente independiente generadora del espacio del comportamiento humano”. Por lo tanto cualquier comportamiento humano se puede representar como una combinación lineal de estos cuatro elementos.

       Esta afirmación que quizá haya chirriado a más de uno se entiende perfectamente pensando en los colores. De todos es sabido que cualquier color que se nos antoje puede conseguirse con una apropiada combinación de rojo, verde y azul. Así pues, cuando eso ocurre, al igual que con los temperamentos, se dice que “Los colores rojo, verde y azul  forman una base linealmente independiente generadora del espacio de los colores”. Eso es todo.

       Volviendo a Hipócrates, concluimos que cualquier personalidad puede definirse como una combinación de cada uno de estos cuatro comportamientos. Dicho de otro modo, toda personalidad se caracteriza por su porcentaje de cada uno de estos cuatro elementos.

       De la misma manera que se puede definir una personalidad con un porcentaje de estos cuatro elementos, también se puede caracterizar cualquier acción de un individuo como un porcentaje de estos elementos.

       Puesto que “cada persona se define por la suma de sus actos” sería más apropiado caracterizar los actos de una persona con esos porcentajes y decir que la personalidad de una persona es el promedio de los porcentajes de sus acciones validando igualmente la teoría de Hipócrates. Así pues yo podría decir que “En promedio mis acciones contienen un 25% de sanguíneo, un 10% de colérico, un 30% de melancólico y un 35% de flemático”, y por tanto esa sería la composición de mi carácter en la base de temperamentos de Hipócrates.

       Sin ánimo de ofender a Hipócrates, no existen exclusivamente esos cuatro elementos para definir el comportamiento de una persona. En realidad existen infinitas formas de hacerlo. Basta con elegir una serie de temperamentos que sean independientes entres si y combinarlos  apropiadamente para definir cada comportamiento.

       De la misma manera que el rojo, el verde y el azul no son los únicos colores con los que se pueden conseguir el resto. En realidad cualesquiera tres colores elegidos al azar, siempre que sean independientes entre ellos, servirían para formar el resto de colores. Ser independientes entre ellos significa simplemente que ninguno de ellos pueda obtenerse por combinación de los otros dos. Por ejemplo el rojo, el amarillo y el naranja no son independientes puesto que el naranja es una combinación de rojo y amarillo. Como curiosidad, otra combinación de colores muy usada para obtener el resto de colores es la de cian, magenta y amarillo como más de uno habréis observado al cambiar los cartuchos de tinta de la impresora.

       Tomando la teoría de Hipócrates como base para descomponer el comportamiento humano en una suma de sus cuatro temperamentos básicos, la idea sería desglosar esos cuatro temperamentos en acciones lo más simples posibles. Hecho esto, cada temperamento sería una combinación en porcentaje de esas acciones simples. Puesto que cada acción simple a su vez tendría su equivalente en la programación (como hemos visto con el ejemplo de la torpeza), llegamos a que los temperamentos, los estados de ánimo o las necesidades fisiológicas podrían estar “artificialmente programadas” en los algoritmos de las máquinas.

        De esta manera dotaríamos a las máquinas de una impredecibilidad artificial tan impredecible como el comportamiento humano. Tendríamos pues que dos máquinas iguales, darían o no los mismos resultados ante la misma situación planteada dependiendo de los estados de ánimo, los temperamentos e incluso las necesidades fisiológicas con las que hubiésemos programado a cada una de ellas.

       Para los temerosos del futuro que nos espera por culpa de la IA sólo les cabe esperar a que se acaben regulando los comportamientos programados en las máquinas de tal forma que se prohíba programar máquinas egoístas, máquinas malvadas …o ¡máquinas hambrientas!.


Juan Romeo Granados, Dr. en Ciencias Físicas